Cuando este juego llegó a mi casa habían pasado ya seis meses desde que me compré la consola. Eso era mucho, mucho tiempo. Me parece que fue día de reyes; como cada año nos levantábamos temprano para abrir los regalos y allí estaba, una caja con los personajes de los Looney Toon y el sello de Nintendo.
No dejé el cartucho en todo el día. Cuando lo hice ya era de noche y sólo había parado para comer, y casi me paso el juego de un tirón.
El juego era muy extraño, como casi todos los juegos de aquella época. Los enemigos no tenían nada que ver con la serie de dibujos animados y además podías ponerte encima de ellos y que te llevaran sin que te hiciesen daño (en general). Desde esa posición, con un golpe del martillo de Bugs, los enemigos se deslizaban por el suelo hasta chocar contra un obstáculo (otro enemigo o un borde) y entonces eran derrotados.
Los enemigos finales de fase ya eran personajes reconocibles: el Pato Lucas, Piolín, el Coyote... y muchos más. No comprendía por qué tenía que luchar contra ellos por mi nulo nivel de inglés (y tampoco es que me preocupara demasiado), pero era debido a que no habían sido invitados a la fiesta del 50º aniversario del conejo y le querían putear, básicamente. Después se descubriría que la fiesta la habían organizado ellos y que todo había sido un juego. Sí, seguro...
El juego se repartía en varios mundos subdivididos a su vez en varias fases, lo típico de aquellos años. En la última parte de cada fase había que alcanzar una gran zanahoria que nos llevaría volando al nuevo nivel tras un minijuego para conseguir vidas (luego lo mencionaré con más detalles). Para llegar a la zanahoria había que llegar hasta ella tras sortear unos obstáculos, tras burlar a un subjefe, o tras vencer al jefe final de mundo (lo que nos llevaría a un minijuego distinto).
El juego resultaba muy sencillo debido a la gran cantidad de toques que tenía Bugs y que salvo enemigos puntuales, nos iban quitando de uno en uno. Son tres corazones con varios estados: rojo, negro, transparente y vacío; así que salen unos 12 toques. Era más sencillo morir cayendo a un precipicio que por los enemigos, salvo algunos finales.
En las pantallas se podía regresar sobre tus pasos, y además algunas de ellas te iban llevando por los mismos lugares pero a diferentes alturas, por lo que podías caer y tener que pasarte un tramo otra vez. Esto a menudo era una putada. A lo largo de los niveles hay zanahorias que se recogen para los minijuegos de final de fase y conseguir vidas extra, por lo que la exploración gana puntos en este juego.
El minijuego principal consiste en una especie de bingo de 5x5 casillas conectadas entre sí en horizontal, vertical y en diagonal. Un contador empieza a correr y dará un número cada vez que pulses el botón A. Si las casillas de esos números están alineadas conseguirás vidas: 1 por 3 casillas alineadas, 5 por 4 casillas y 50 por conseguir 5 casillas. La casilla central es una especie de comodín, por lo que nos ayudará a la hora de conseguir vidas extras, que no nos van a faltar en este juego (más de una vez conseguí 99 vidas, el máximo).
El otro minijuego, que solo sale cuando cambias de mundo es el típico juego de feria de aporrear a los topos. Creo que era una vida por cada cinco topos que martilleabas. El dichoso jueguecito hacía que me dolieran los dedos después de jugarlo, porque empezaba a darle vueltas a la cruceta y a aporrear los botones a lo loco en busca de las vidas. No recuerdo mi puntuación máxima, puede que fuera 26.
Los mundos eran bastante variados y se salían un poco de lo normal. Empezábamos en el típico mundo de hierba, con montañas, lagos de agua y cascadas. El segundo mundo estaba basado en el desierto egipcio y estaba ambientado con esfinges, pirámides, arenas movedizas, tornados... y un terremoto a principio de una fase (creo que la primera del mundo) que se tragaba la tierra según avanzabas, y si no ibas saltando terminabas cayendo. El tercer mundo volvía a ser un desierto pero esta vez en el oeste americano: grandes extensiones de tierra, montañas escarpadas, algo de lava... en este mundo destacaban los martillos neumáticos que lo ponían todo patas arriba y las ranas, que daban bastante por saco con sus ridículos saltos.
El cuarto mundo era una caverna tenebrosa, donde a menudo se iba la luz. Había fantasmas y estalactitas que caían del techo. Había también unos géisers que había que saber emplear para sortear unos saltos y peligrosos puentes que se deshacían a tus pies.
El quinto mundo estaba basado en un frondoso bosque, y a menudo me quedaba enganchado ahí porque había una parte donde debías saltar de unas cadenas móviles a modo de liana para sortear unos precipicios y se me daba fatal.
El sexto y último mundo era una mansión en la que había trampas por todas partes: techos que caen, suelos que se atraviesan, pinchos por todas partes... aquí sí que se hacía pesado repetir los niveles porque eran muy parecidos y muy lineales.
El jefe final es el demonio de Tazmania, que te lanza una especie de balones de rugby que resultan ser tartas. Es inmune al martillo, y no conseguí pasármelo en mi primer día. Conseguí quitarle un toque pero no sabía como lo había hecho; así que hasta que no tuve otra buena viciada y pude ir probando cosas no descubrí que lo que había que hacer era devolverte las tartas a martillazos. Después de eso, unas imágenes con texto a modo de final (en el que yo creía que era Bugs el que invitaba a sus amigos al cumpleaños, pero no era así la cosa).
Gráficamente el juego es colorido, pero bastante repetitivo. Los diseños de los enemigos son muy simples y el propio Bugs también lo es. Los otros personajes están muy bien recreados, sin embargo. Los efectos sonoros y la música tampoco destacan, y llegan a hacerse pesados en el minijuego del bingo.
The Bugs Bunny Blowout es un plataformas correcto y fácil que no destaca en nada en concreto pero que se deja jugar.
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